Hablemos con honestidad: la generosidad es uno de esos temas que muchos preferimos ignorar. O, si hablamos de ella, la reducimos a una prédica incómoda sobre dinero que escuchamos una vez al año. Así, la generosidad se ha convertido en un concepto distorsionado y, en muchos casos, completamente olvidado.
Pero si somos sinceros, la Biblia no deja espacio a la indiferencia. Desde Génesis hasta Apocalipsis, Dios llama a su pueblo a ser generoso. Generoso en el dar, generoso en el perdón, generoso en el servicio. No es un accesorio opcional del carácter cristiano. Es el reflejo de haber recibido primero.
> “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.” (Proverbios 11:25)
La tragedia es que, como iglesias de habla hispana, hemos caído en dos extremos igual de dañinos. Por un lado, muchos líderes evitan enseñar sobre generosidad por miedo a ser malinterpretados. El resultado es una comunidad dependiente, apática y cómoda que espera recibir sin nunca incomodarse en dar. Una iglesia así se vuelve egoísta, centrada en sí misma y espiritualmente estancada.
Por otro lado, hay quienes sólo hablan de generosidad en términos de finanzas. Y aunque el dar económico es importante, no podemos reducir el corazón generoso a un sobre o una transferencia bancaria. Cuando predicamos que Dios sólo pide dinero, no enseñamos gratitud, sino una fe transaccional que termina vacía.
La verdadera generosidad es integral.
Es abrir tu agenda y reservar tiempo para quien necesita ayuda.
Es poner tus dones al servicio de otros, aunque nadie te aplauda.
Es orar por alguien que no puede devolverte el favor.
Es escuchar con atención cuando preferirías estar haciendo otra cosa.
¿Y sabes algo? La generosidad no se limita a lo que sucede dentro de las paredes de un templo. Se mide en cómo tratamos a nuestra familia, a nuestros compañeros de trabajo y a aquellos que no comparten nuestra fe.
Jesús fue claro:
> “Dad, y se os dará…” (Lucas 6:38)
Y el apóstol Pablo añadió:
> “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.” (2 Corintios 9:7)
¿Somos una iglesia que vive la generosidad o sólo la predica cuando conviene?
Si tu iglesia no enseña ni modela la generosidad, no esperes que la congregación la practique. Si tu vida personal está cerrada, no esperes que Dios fluya a través de ella.
Hoy quiero retarte a reflexionar y tomar pasos concretos:
– Revisa tu concepto de generosidad: ¿Lo has reducido a lo financiero?
– Pregunta: ¿En qué área de mi vida me cuesta más ser generoso?
– Haz un compromiso de dar esta semana: tiempo, talento, atención o recursos.
– Enseña y modela generosidad de manera integral, sin vergüenza ni manipulación.
La generosidad no es sólo una parte de la fe cristiana. Es evidencia de que realmente hemos entendido que Dios primero nos dio todo.
Que no sea un principio olvidado en tu vida ni en tu iglesia.







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